La mayor parte de mi vida ha transcurrido en esta ciudad, Xalapa. Por su ubicación geográfica, lugar donde confluye la Planicie Costera del Golfo Sur y el sur de la Sierra Madre Oriental, Xalapa tiene un clima particularmente templado húmedo; uno no sabe cuándo, ni cómo, ni siquiera en qué parte de la ciudad, pero en Xalapa siempre llueve.
Su nombre viene del vocablo nahuatl Xallapan, cuyo significado es manantial en la arena. Xalapa creció y continúa creciendo alrededor del Cerro de Macuiltépetl (cerro sagrado), a través del cual, gracias a las características del suelo, brotaban una gran cantidad de manantiales de aguas claras. Hoy estos manantiales están agotados o enterrados bajo toneladas de cemento gris, sin embargo el agua sigue corriendo, el suelo continúa permeando, la gente con sus tradiciones y sus leyendas permanece.
El paisaje urbano se trasforma día a día y una característica prevalece, en Xalapa no deja de sentirse el olor a la tierra mojada que nos recuerda nuestros orígenes, ese olor que no permite a la memoria colectiva perderse o quedarse en el olvido.
Este espacio lleva su nombre, alude a las notas quebradas del alma, a las inquietudes del espíritu, a las perturbaciones mentales de diversas índoles que quieren salir sin dirigirse a nadie en particular, sino a todos al mismo tiempo. Este lugar perdido en la inmensidad de la Red busca ser ese manantial en la arena, ese manantial oculto que grita a viva voz que está vivo, ese hilo de agua que escurre y que va calando, esa grieta diminuta de memoria en el mar del olvido.
